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miércoles, 11 de junio de 2014

Bares y barcinhos de Rio de Janeiro

Por Patricio Jara Tomckowiack
Arquitecto

Rio de Janeiro es una fiesta donde la gente no para de divertirse, celebrar y falar (hablar) en los bares y barcinhos de las esquinas, de mitad de cuadra y de cualquier rincón donde haya suelo. En  esa arquitectura de palabras y espacio público todas las conversaciones del mundo están sucediéndose y a toda velocidad, como en una autopista de mesas y sillas endebles que apenas sostienen la cerveja y el café com leite.
Los bares y barcinos se vuelcan hacia las veredas de hermosos mosaicos de piedra blanca y negra, cuyas siluetas y pomposas curvas nacen del antojo de los maestros-artesanos que dibujan a martillazos el imaginario de sus vidas de favelas, playas y cerros. Esa es la postal de Copacabana, Ipanema y Leblon, los colores de la camiseta de recambio del jogo bonito de Brasil en el mundo.  
La gente va y viene por las calzadas peatonales con su riguroso uniforme de felicidad de hawaianas, bañadores y una que otra mascota. Así es el ritmo constante en Rio de Janerio, relajado, como quién manda todo al carajo y ya no tiene nada que perder, aunque a la vez un poco  apresurado, como quién va de una fiesta a otra.      
Los taxis tiñen de amarillo las ruas (calles) batiéndose entre hileras interminables de selectos ómnibuses VIP con aire acondicionado y los populares buses del TransCarioca para la gente sin camisa. Las banderitas verde-amarelho y el sinfín de cotillón urbano que tanto gustan a los cariocas se toman los toldos, las marquesinas y los escasos espacios entre sílabas que quedan en las conversaciones de los cariocas que no logro traducir, pero que ameritan golpeteos en la mesa y parecieran tratar los temas más importantes y urgentes del mundo, al menos mientras dura la cerveja fría.
Brasil es el único país del mundo que creo tiene su olor propio, una mezcla de calor, humedad, fritura de frango (pollo) y toques de cebolla que se siente apenas poniendo un pie afuera del aeropuerto Tom Jobim. Ese olor proviene de las entrañas misma del país de la samba, en cuyos bares y barcinos para apuntalar algunos argumentos de grandes conversaciones de fútbol y televisión salen a la cancha unos pasteles de camarao, empadas, pasteles de queijo com cebola, fritadas de presunto ou queijo, frango á passarinho y toda la gama de salgados (fritanga que tanto amamos los chilenos).
Así, en Brasil se precisa toda la comida y la bebida del mundo –y urgente- para que no vaya a hacer interferencia ni quedar un minúsculo vacío entre la vida social y el espacio público más intenso del globo.  
Es tiempo de la copa del mundo y lo tenemos más que claro con Oscar, Magó y la Pame, pero en este lugar otros países no sirven ni menos son necesarias otras ciudades como Temuco o Roma, porque ni la copa del mundo es más fiesta que la propia fiesta que viven a diario la cariocas en sus bares y barcinos del centro, las favelas y las zonas turísticas.