Por Patricio Jara Tomckowiack
Arquitecto
No. Viajamos en permanente construcción de paisajes reales e
imaginarios. El viajero exterior conduce, gira, adelanta, mira, toma una mano
que se ofrece y pone una música que ilumine esa caricia veloz. En tanto, el viajero interior
construye-deconstruye, desgrana-engrana e hilvana-cose-descose sus actos inmediatos, que son su futuro y su futuro es la vida que le queda. La inseguridad
no es cosa de quién da un baño refrescante a sus ideas en las aguas de la
suposición, la inseguridad es cosa del que no recorre.
En el espacio de aletargamiento y ocio que
ofrece una buena dosis de camino continuo a los viajeros de cada uno de nosotros, un incendio de tachas reflectantes, zigzagueantes franjas blancas y amarillas, nocturnos
soles fotovoltaicos y todo el equipamiento de seguridad vial habido y por haber aparece en medio del camino, mas que como una mera advertencia, como un oasis cuando el camino nos conduce
por desiertos interiores y silenciosos valles exteriores.
Las argamasas de señaléticas de seguridad vial representan una
dimensión de la vida que son los cruces de caminos, ese punto de decisión, el lugar de examen por excelencia para
los viajeros, previo al necesario traslado
y aprendizaje del camino recorrido, donde se debe seguir adelante, virar a la
derecha o a la izquierda o, el inquietante, viraje en
U.