viernes, 31 de enero de 2014

Restaurant Las Muñecas: arquitectura del sabor


Por Patricio Jara Tomckowiack
@PatricioJaraTom

Una cosa que me encanta de mi rutina es ir todas las semanas a Las Muñecas (del Ñielol) a comer porotos. Las Muñecas es una picá[1] de comida tradicional chilena muy antigua en Temuco, similar a las que existen en todas las ciudades del mundo, de donde obtenemos el componente básico para la existencia humana en la tierra: el sabor casero.
La historia cuenta que en sus orígenes las hijas de la dueña atendían las mesas y el sello del lugar además de la abundancia y el buen sabor de sus platos, era el abismo que existía entre la belleza y las simpáticas hijas que no tenían otra que valerse de una gran voluntad, esfuerzo y agilidad para no incomodar a los comensales. Así, esa catedral de la fritanga mater fue bautizada como “Las Muñecas”.
Me gusta ir allá porque es uno de los pocos lugares en Chile donde pareciera haber integración etaria y de clases socio-económicas, pues por allí se dejan ver oficinistas, obreros, pitucos, ancianos, familias con niños y tipos solos como yo viendo Facebook en sus celulares.
También me gusta ir a ver en Las Muñecas a la gente sorprenderse al llegar su plato, cerrar los ojos y exclamar ¡Oh My God (sssssssss)! al disfrutar el sabor “típico y económico” de las guatitas coronadas y ennoblecidas por un puñado de papas fritas, la carne sumergida y entregada al placer como Pamela Díaz en calendario de Malta Morenita pero sobre unos buenos porotos con rienda, los colores, los brillos y el aroma de la cazuela de ave ardiendo, el vapor saliendo de una papa frita seca y gordota que guarnece una carne al jugo impecablemente cocida y, por supuesto, lo más notable, el toque muñequistico de las sopaipillas con ají pebre que acompañan todo como una sombra o un ángel de la guarda. Y cuando parece que ya no hay mayor placer posible; llega tu bebida de litro heladita.
Todo este -como dicen los políticos- “paquete de medidas” hace desfilar hambrientos a los comensales por el atestado salón en busca de una mesa a la hora de la colación. Pero si llegas a la catedral después de las 13.30 eres hombre muerto y tendrás que olvidarte de alcanzar ese momento de gloria cuando te dicen: ¿Qué se va a servir?
Otra cosa que me gusta es que en Las Muñecas ya tengo mi garzona de cabecera, algo así como tu secretaria, el conserje o tu psiquiatra, alguien de confianza y con mucho tacto. Basta mirarnos tipin[2]  13.15, para que ella sepa que deberá venir danzando como una odalisca hacia mí en ese paisaje imperial de madera y fierro con unos porotos, una sprite y el toque muñquistico.
Son muchas las sensaciones que Las Muñecas me producen, pero las más relevantes son tres: el placer de las grasas y espesores de la comida tradicional chilena, las ganas de ser chef y repartir alegría al mundo, y una profunda decepción con la arquitectura que me causa una sensación de engaño y la de ser uno más que fue birlado por una universidad privada. Este sentir me preocupa, y mucho, pero por suerte cuando ya estoy de vuelta en mi casa reposando.
La vieja casona que alberga el restaurant inicial es hoy la cocina y los comedores el resultado de múltiples ampliaciones hacia el patio trasero, que se van habilitando o separando mediante unas grandes cortinas amarillas que modulan el salón. De lado a lado, de deslinde a deslinde se configura ese espacio sacro, blanco y con un metro cincuenta de cerámica blanca que ni siquiera corresponde al mismo modelo. El lugar es muy simple pero a la vez extraño. La tele siempre está prendida como para evitar que los arquitectos hagamos una mala crítica arquitectónica en los medios de comunicación o algo similar. Tampoco existen ventanas que permitan el ingreso de luz y que el ruido se disipe al exterior, sólo hay dos planchas transparentes en el cielo que actúan como tragaluz y que yo sospecho le dan una gracia al lugar.
¿Qué puede hacer la arquitectura frente al sabor de la buena comida? Creo que es una nueva batalla perdida para los arquitectos. No creo que ni Le Corbusier, Wright o Niemeyer podrían haber hecho algo contra esas manos de mamá, de abuela, de señora, que obran milagros en esa pequeña y terrenal cocina.
Mientras muchos nuevos restaurantes en la zona gastronómica de avenida Alemania se esfuerzan por tener un sello de diseño o de arquitectura de vanguardia con artilugios, neones y todo tipo de fachadas, allí seguirán Las Muñecas del Ñielol, en el mismo lugar, con sus mismos altares cuadrados de madera repletos, con las mismas cortinas amarillas, en la misma vieja casona con que anónimos carpinteros y albañiles construyeron esta arquitectura del sabor.  




[1] Lugar bueno, bonito y barato donde comer o comprar algo.
[2] Chilenismo que quiere decir “alrededor de.”

jueves, 30 de enero de 2014

El fallo de la línea quebrada


Por Patricio Jara Tomckowiack
@PatricioJaraTom

Viendo los memes y comentarios que circulan en internet sobre el litigio marítimo entre Chile y (el) Perú no he podido evitar imaginarme a Peter Tomka, Presidente de La Haya, ensimismado rayando sobre una servilleta de papel en el cafetín de la corte, en plena discusión para llegar a un fallo, diciendo a sus colegas jueces: Dude!... That's a fucking good line! que más o menos traducido a nuestro coa [1] sería: ¡Vieja cacha la media volaita, me tiré la mansa línea!
El modo misterioso con que se ha llegado a este confuso fallo me transporta a nuestro quehacer como arquitectos al enfrentar algunos proyectos. No por nada el urbanista Lúcio Costa diseñó Brasilia en una servilleta o Frank Lloyd Wright hizo lo planos de la Casa de la Cascada en tres horas (varias boletas de sombrero rayadas deben estar dando vueltas por ahí). De igual modo hacen los médicos preparando cirugías en las kitchenettes de los hospitales, los políticos las leyes en el baño del Congreso (según Coco Legrand), etc. Porque cuando la cosa se pone engorrosa no queda otra que irse a un café y echar a volar la imaginación. Porque nada es tan complejo como parece. Y quién esté libre de trazar decisiones importantes en una servilleta que tiré la primera piedra.
El famoso fallo conocido el lunes (27.01.2014) nos entregó muchas cosas importantes, pero más que en lo territorial, económico y soberano, donde la cosa huele a triunfo electoral (nadie entiende porqué los perdieron también ganaron), nos hizo acreedores de notables memes para coleccionar y enviar a nuestros colegas en las oficinas y disponer de un abanico de opiniones sobre un tema de actualidad "ya probado”, útil para romper el hielo en cualquier actividad social.
En la televisión, los periódicos y el internet las opiniones de autoridades y expertos nacionales discrepan; mientras en Arica se veía a pescadores enfrentados y a otros satisfechos, en el otro canal la gente reclamaba por la falta de inversión en la ciudad…. ¡Habrá que leer detenidamente el fallo!- dicen las autoridades. Aunque no sé si este tipo de declaraciones ayuda o empeora la situación, pues el fallo completo debe ser un mamotreto de más de doscientas páginas -y en inglés-, que debe ser leído, comprendido y acatado en un país (Chile) donde la población no lee y el 84% que lo hace no entiende lo que lee y sólo el 2% conoce el idioma "ese" en el que canta Justin Bieber. Por tanto, se ruega contactar con urgencia a alguien de buena presentación, que esté dentro del 16% restante, hablé inglés y tenga mínimo 10 años de experiencia en lectura de fallos similares (experiencia comprobable).
Pese a lo anterior, si se me permite, este fallo salomónico [2] resultó ser un milagro y una verdadera fiesta, pero de la geometría, el sentido de la arquitectura, el consenso y la hermandad latinoamericana. 
Sí, todo gracias a la genialidad de un juez que fue capaz de encoger y estirar, llevar y traer, abrir y cerrar una simple línea sobre una servilleta mientras se cabeceaba entre argumentos todos válidos. Ese 1% de inspiración que le apareció de la nada, como por obra y gracia del espíritu santo de Pitágoras, descendió de los cielos, o del fondo del mar, y usando de medium un lápiz Bic (el mismo del unicornio) se grabó en su servilleta, dejándonos un fallo y el Trending topic de la semana en Twiter: #línea quebrada.  
Los maestros de la arquitectura también han vivido ese tipo de iluminaciones, pero con líneas rectas y curvas. Le ocurrió a Le Corbusier en 1947 cuando escribió su libro “Poema del Angulo recto” y a la colega iraní Zaha Hadid, mientras proyectaba el Heydar Aliyev Cultural Center en Azerbaiyán en 2013, haciéndola merecedora del apodo de la “reina de la curva”. Ambas posturas han dado rumbos a la arquitectura de ayer,hoy y mañana, sin embargo aún muchos esperábamos esta “nueva venida” de la línea quebrada.
Pero ¿qué es una línea quebrada? Es una línea como todas las líneas, la unión de dos puntos, pero que está hecha a mano alzada, con un pulso tembloroso, con reflexión y a conciencia, para delimitar un área que alguien considera justo, porque tiene los argumentos para ello. Por tanto, no es la simple línea recta que cualquiera puede dibujar. 
La línea quebrada procura que no falte ni sobre nada y por eso se compone de tramos que piensan y que buscan ser equitativos con quién está detrás. Una línea quebrada es un traje hecho a la medida, un edificio diseñado por un arquitecto que piensa y actúa como su futuro usuario.  
Esta línea quebrada que ha entrado en nuestro territorio y en nuestras vidas yo la considero un triunfo y quiero que se multiplique: en Avenida Vicuña Mackenna en Santiago donde se separa el verde de la zona oriente con el gris del resto del pueblo; en los campos de La Araucanía entre el mapuche y los huinkas; entre los miserables campamentos y las supercarreteras de pago.
Esta línea quebrada reivindica las cosas justas, que casi siempre son híbridas o intermedias. Porque la vida no es ganar o perder, no es blanca o negra, no es bailar como Antonio Vodanovic o Michael Jackson. Porque el territorio no puede definirse por la paralela chilena ni la diagonal peruana. Porque la vida es imperfecta y nosotros seres duales (amamos y odiamos; queremos ser rigurosos pero casi siempre fallamos).
Quizá por esto a los arquitectos nos gusten tanto los ángulos y sus líneas quebradas. Y los usemos muchas veces sin razón o justificación mayor en nuestras plazas y edificios. Quizá  porque tenemos la esperanza de la calidad de vida puesta en los rincones e intersticios que genera una línea no recta, donde se abre un lugar posible para escaparnos y guarecernos del tumulto cuando nos invade la nostalgia, para amarnos en un parque o simplemente para que la mirada descanse de lo que vemos de lunes a viernes. Es un deber del arquitecto proveer lugares donde sea posible respirar profundo y contemplar la nada, lugares “sin sentido” como los que dejan las líneas quebradas.


PD: Dedicado con cariño a mi maestro, amigo y colega Jorge Cassis Verdejo.  






[1] Jerga del hampa chilena.
[2] Según la biblia Salomón (1011 a.C. – 931 a.C.) fue un rey de Israel de gran sabiduría, entendimiento y dotado de un corazón dócil que le permitía discernir entre lo bueno y lo malo.  

lunes, 27 de enero de 2014

Charlas TED, por un lado, dar crédito a tus ideas, por el otro




Por Patricio Jara Tomckowiack
@PatricioJaraTom

En un nuevo intento por pertenecer a la comunidad artístico-cultural de mi región asistí al ciclo de charlas TEDxUFRO que se realizó en el Centro Cultural de Lautaro. Esta versión trató sobre las industrias creativas. Pese a rozarme y darme codazos con varias figuras de la farándula creativa local, aunque sólo haya sido a la hora del cóctel, no logro considerarme parte de esta industria, pues ni siquiera soy capaz de llegar a fin de mes ejerciendo mi creativo oficio de arquitecto independiente. Y llegar a fin de mes es algo importante, si hablamos de estar en una industria.
TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño) es un ciclo de charlas cortas de 5, 10 y 18 minutos que nace en 1984 en California, EE.UU. (aunque ahora la franquicia está disponible para todo el mundo), y que se celebra todos los años bajo el lema: “Ideas worth spreading” o Ideas que vale la pena difundir. Allí son invitados a contar sus experiencias pensadores y emprendedores de nivel mundial, cuyas ideas han derivado en trabajos que han sido notables aportes para personas, comunidades y el mundo entero (Bill Gates, Bono, Frank Gehry, Bjarke Ingels de BIG Architects, etc.).
Algo que me parece muy interesante de este formato es que los conferencistas tienen un tiempo muy breve para motivar, hacer entender y dar cuenta al público de su genialidad, locura, inteligencia e influencia. Y todo esto como un golpe de corriente; rápido y directo. Al menos esa es mi experiencia en youtube.com.
En las charlas TEDxUFRO a las que asistí, cinco de los diez conferencistas conquistaron mi cerebro con sus historias. Lo cual es súper bueno considerando que mi objetivo central era darle duro al almuerzo gratis y nada más “sacar el rollo” de la onda TED. 
Próximamente estas charlas las podrás ver en YouTube.com. No obstante, aquí algunas de las cosas con las que me quedé: la reflexión de una bloguera sobre la relación entre las tetas –femeninas- y la comida; un chico fanático de los juegos de rol que aprendió el oficio de herrero por internet y hoy vive de hacer armamento medieval; un matemático que sin saber nada de música aprendió por casualidad a hacer instrumentos y luego de escuchar un concierto de Free Jazz, que lo consideró puro ruido, se convenció de que él también podía ser músico y hoy toca en la orquesta del Teatro de Temuco;  una artesana mapuche que sentía y escuchaba la greda antes de trabajarla, porque decía la clave de su arte no eran sus manos sino el material mismo, y; la ferviente convicción de un Gamer, no nerd, que planteaba que los e-sport (deportes electrónicos) serán los deportes del futuro.
Ahora ¿qué tengo que ver yo como arquitecto en todo esto? La respuesta que se viene a mi cabeza es una: las veces que no han pagado por mis ideas. Me ha pasado que he dado ideas creativas y muy útiles a clientes que las han ejecutado con éxito, pero no me han dado el trabajo ni me las han pagado. ¿Por qué? Por no haber descubierto que el oficio y el negocio del arquitecto está en sus ideas y no necesariamente en el desarrollo de obras o proyectos. Esto no quiere decir que uno no pueda colaborar gratuitamente con personas o instituciones, no. Pienso que si tienes cubiertas tus necesidades básicas: DEBES HACERLO, debes aportar y agradecer a tu comunidad.
Los arquitectos no hemos podido desmarcarnos del famoso “hacer un monito”. Te lo voy a explicar con dos casos que me han pasado y que también podrían ser aplicables a otros oficios vinculados con “las industrias creativas”.
Un cliente compra un estrecho terreno de 30x120 mts. aledaño al predio donde tenía la empresa que yo le había diseñado hace unos años. Urgente necesitaba construir un simple galpón. ¿Dónde lo hacemos?- me dice, mientras su maestro de cabecera, experto en estructuras metálicas, ya tenía y le picaba un chuzo en la mano. ¿Dónde hacer un galpón que a futuro no le interfiera para construir otros? -pensé con sentido de urgencia, porque ya conocía la falta de planificación y visión con que mi cliente hacía aparecer galpones como callampas. Le pedí un día y volví con un monito, un dibujo de intenciones. Le planteé que hiciéramos un pequeño loteo, es decir, que proyectáramos varios lotes para construir otros galpones a futuro, una circulación central y un borde libre para el cachureo, que siempre terminaba siendo algo parecido y útil como un galpón. De esa forma dividí en tres la lonja de terreno: una franja de 18 mt. para los galpones, una de 6 mt. para la circulación vehicular y otra igual para el cachureo. ¡Listo! Déjame desarrollar la estructura del primer galpón, o sea hacer los planos, y te traigo el presupuesto, le dije. Al par de días volví con un esbozo de planos y el presupuesto con los honorarios que me darían de comer el mes siguiente, pero me encontré con la calle demarcada y el primer galpón casi terminado… ¿para qué sirve un arquitecto?
Otro cliente compra un terreno de 10x40 mt. para construir el máximo de departamentos posible de arriendo para universitarios. Misma historia. Durante un par de días de cafés y cabeceo, dibujé un  departamento monoambiente tipo para dos personas de 4x4 mt. Por ende, en dos pisos cabían 20 de ellos y se dejaba una zona de circulación y estacionamientos en los 6 mt. restantes. A los pocos días vuelvo con el dibujo (monito) y mi presupuesto, que esta vez me daría de comer tres meses, pero luego de conversar la idea y darle un vistazo al dibujo, que aún no era un plano con todas las de la ley, mi cliente me pide un tiempo para obtener el crédito en el banco. Hace cuatro años que espero su llamada, no he querido insistir ni volver al lugar para evitar decepcionarme nuevamente.
En las charlas TED lo importante es la difusión de ideas que puedan motivar a otras personas. Y allí está el tema, en las ideas, ese es el negocio. Porque ellas han sido la génesis, el sustento y la motivación de todas esas experiencias que han mejorado la vida de personas, comunidades e incluso el mundo entero. Pienso en todas las ideas sueltas que hay en las escuelas de arquitectura, en las aulas de todas las carreras y cursos por más breves que sean, en las pausas de las fábricas o las oficinas, en las conversaciones de café y en los carretes, en las largas estancias en los baños, en los desvelos de domingo por la noche. Pienso en cuántos conferencistas TED se pierden cada día. 

sábado, 25 de enero de 2014

La pregunta más difícil


Por Patricio Jara Tomckowiack
@PatricioJaraTom

¿Conoce usted a la señora Charo? Me preguntó un señor mayor la tarde un sábado afuera del almacén de la población donde viven mis padres. Luego, agregó que ella vivía cerca, tenía tres hijos hombres “cachetoncitos”, un puesto en el mercado y un par de camiones. El hombre traía un balde plástico en la mano, era de piel amarillenta quizá por la diabetes y sus palabras salían cansadas y con un tono algo tembloroso de dientes mal pegados. Estaba bien perdido el tipo, aunque muy sereno y resignado.
¿Quién podría ser la señora Charo?
Busqué en mi infancia, en mi juventud, en mis breves visitas actuales al barrio, pero no encontré nada que pudiera serle útil. Que pregunta más difícil. Que anciano más cabrón. Que golpe de nocaut ante el cual no tuve ni un atisbo de defensa.  
¡Necesita más información! Atiné a decirle torpemente para darle algún consuelo.  No podía contarle la verdad. No podía increparlo y refregarle en la cara que el mundo ya no funcionaba así. Que las ciudades y su gente estamos cada día más podridos por la desconfianza. Que ya no somos solidarios. Que ya no somos una comunidad. Que sospeché de él cuando se me acercó. Me sentí triste y decepcionado. El hombre me respondió que gracias y que seguiría buscando.
Durante la tarde me quedé pensando en la pregunta y, nuevamente, volví a ponerme en jaque: ¿Cuánta gente vivirá en la población donde me crié? Abrí Google Earth y pude contar que la Villa Aquelarre tiene trescientas cincuenta y dos casas, o sea, trescientas cincuenta y dos familias, unas mil cuatrocientas ocho personas, de las cuales una de ellas tendría que ser la señora Charo.
Pero ese número corresponde sólo a la población o el primer anillo de viviendas de mi barrio, de mi vida. Ahora bien si tratamos de conocer realmente la magnitud del barrio donde me crié (porque debemos entenderlo así, como barrio, más allá de los límites físicos y administrativos del conjunto habitacional), deberíamos sumar las casas de las poblaciones aledañas donde vivían los amigos con los que compartí épocas de gloria, incluso hasta hoy. Ganaderos, Amanecer y Andalucía son las poblaciones vecinas, aproximadamente unas mil cincuenta casas más. Es decir, mi barrio, la ciudad de mis ojos de niño, el lugar donde se nos develó la vida, tiene unas mil cuatrocientas casas, donde viven unas cinco mil seiscientas personas.
Soy un tipo afortunado. En el barrio donde con mis amigos amamos, lloramos, sufrimos y jugamos, además del respectivo montón de casas contaba con una buena cantidad de equipamientos comunitarios (iglesias, sedes sociales, escuelas) y comerciales (almacenes con lista de fiados y supermercados) que daban diversidad y mucha gracia a la vida en el lugar.  Pero sobre todo una de las maravillas del barrio, una de las razones por las que aún vivo aquí, uno de los lugares que potenció mis ganas de ser futbolista es la existencia del campus deportivo de la Universidad de La Frontera. El segundo mayor y mejor espacio verde de Temuco, después del Parque Estadio Municipal, que además está al lado. ¡Qué más puede pedir un bicho de ciudad!
¿Cuánta gente se necesita para conformar un barrio, ese pedazo de ciudad madre? ¿Cuántas de las cinco mil seiscientas personas que presenciaron nuestra infancia y juventud habrán influido en cómo somos hoy? ¿Cuántos amigos, conocidos, tíos y tías habremos tenido en el apogeo de nuestra vida social? ¿Habré visto alguna vez a la señora Charo?
La casa de mis abuelos paternos está en la Población Temuco, un antiguo barrio obrero de pequeñas viviendas colectivas apegadas a la calle, muy bellas y con muchos pasajes peatonales ideales para andar en autitos a pedales, triciclos y bicicletas. Hoy es un barrio considerado “patrimonial” por el Estado pero no se conserva muy bien y su población es mayormente anciana. Espero, al menos, que eso lo proteja de las hienas inmobiliarias.   
Allí recuerdo que la mayoría de las puertas de acceso a las casas tenían el nombre de su dueño, el hombre por supuesto, según la usanza de la época. Era bonito recorrer las casas y leer esos nombres, aunque no eran más que eso, nombres de desconocidos puestos en diminutas e insignificantes plaquitas metálicas pegadas a las puertas. Digo insignificantes sólo por una cuestión de tamaño y forma, porque hoy esas plaquitas deberían ser piezas de museo. Un patrimonio de la ciudad y la arquitectura que nos cuenta como éramos como comunidad, como eran nuestros padres cuando hijos y nuestros abuelos cuando padres.
Qué maravilla sería conocer los nombres de todos los vecinos. Tocar puertas con esas plaquitas que eran verdaderos escudos, himnos y banderas familiares grabadas en los accesos de las casas. Dispuestas como una mano abierta, tendida, que te acorta camino para buscar coincidencias y conocidos en común. Dándote un empujón para sociabilizar con el vecino, ofrecer y pedir ayuda, para no estar tan sólo y seguramente saber dónde vive la señora Charo.