Por Patricio Jara Tomckowiack
Arquitecto
En un retazo de pasto que dejó el encuentro de dos calles,
que con más dificultad que virtud quiere ser una plaza o un área verde, en el
acceso a Vilcún desde Cajón, una escultura de madera de un mapuche bailando
–posiblemente- el choique purrún
recibe a quién llega.
El hombre y su ceremonial danza que imita el vuelo del
choique usando el poncho como alas y marcando los pasos a saltos, poco a poco
va abriendo la vista y el alma hacia el coloso volcán Llaima y absorbiendo nuestra
carne al pueblo.
Ese ínfimo lugar dice mucho más que el letrero de madera donde se escribe lo que ya sabemos o cualquiera nos puede informar, habla de que somos lo que queremos ser, porque lo que somos a secas no alcanza para nuestros sueños.
Ese ínfimo lugar dice mucho más que el letrero de madera donde se escribe lo que ya sabemos o cualquiera nos puede informar, habla de que somos lo que queremos ser, porque lo que somos a secas no alcanza para nuestros sueños.
Por fortuna aún quedan pequeños rincones donde la sorpresa encuentra un remanso donde no llega el sol de la estandarización y la modernidad, porque ni la vida ni las ciudades son lo que deben ser ni lo que imaginamos; son catalizadores de un constante levantar de cejas. Así vivimos sorprendidos de tanto imaginar, tal como el hombre
imaginario del poema de Nicanor Parra que vivía en una mansión imaginaria,
rodeado de árboles imaginarios, a orillas de un río imaginario… ¡Qué grandes y
exquisitas sorpresas debe haber tenido ese lugar tan lleno de realidades imaginarias!
Una tarde mirando la lluvia de Temuco en Medellín, la ciudad
dorada del urbanismo, aprendí que no importa el lugar donde vivas, por más
maravilloso que parezca, lo que importa es “la jugada” (en lenguaje paisa) o como muevas tus cartas en cualquier lugar.
Entonces frente a un mundo lleno de lugares que no son lo
que sabemos de ellos ni lo que imaginamos ¿qué nos queda?: ¡La sorpresa! Que
es la posibilidad de que una tarde cualquiera, en una esquina insignificante de
un pueblo que no aparece en Google Maps en un país que limita con otro por una
cordillera de 6 mil metros de altura te reciba un gigante bailando a los pies de un volcán.