lunes, 21 de julio de 2014

Estación Consolação: emociones bajo tierra

Por Patricio Jara Tomckowiack
Arquitecto

La estación Consolação del metro de Sao Paulo, en Brasil, puede llegar a provocarle a uno cierto placer y rechazo simultáneo cuando se es provinciano. Esta soterrada dualidad aflora en su polo negativo al descender los tres o cuatro pisos que separan la zona de embarque y desembarque de la superficie. Una vez abajo, se precisa recorrer unos diez minutos de interminables escaleras y cintas mecánicas en distintos niveles de altura y velocidad en una suerte de carretera humana que lo conducen a uno, finalmente, al andén donde hacer un simple trasbordo con la Estación Paulista.
La vida en esta ciudad subterránea transcurre bajo cientos de rascacielos y miles de brasileños -aunque sea difícil creerlo- de terno y corbata al más puro estilo Wall Street. Allí, para reforzar la idea de que eres un ser alineado, en medio de la monotonía del recorrido adviertes que la única posibilidad de utilizar tus sentidos es seguir dos tubos gigantes de color naranja que cuelgan del cielo llevando el aire necesario para la vida en ese lugar y que te sirven de guía para seguir y seguir y seguir caminando sin desfallecer.
Pero viendo el vaso medio lleno el simple hecho de saberse nadando por esas napas humanas con un alto porcentaje de certeza, en cuanto a tu orientación, por en una de las estaciones más grandes y concurridas de la ciudad más grande de américa latina, puede llegar a provocarle a uno cierto placer compensatorio que crece o decrece en la medida si se es más o menos provinciano.
Esta placentera sensación puede acrecentarse hasta límites inimagibales en el fortuito caso que un turista le pregunte a uno como llegar al Rodoviario, a lo cual, con falsa seguridad, uno deberá responder: que tomé en la estación Paulista la línea amarilla con dirección Luz, luego se cambie a la línea azul con dirección Tucuruvi y finalmente se baje en estación Portuguesa-Tietê: Oh, my God! Asi debe ser el paraiso, aunque dure tan solo unos segundos y no te puedas quedar dándole la cátedra “conociendo Sao Paulo en español”, porque la masa ya te arrebató al turista.  
Quizá Temuco no haya sido tan mala escuela para manejarse en el mundo y la diferencia de recorridos y colores en los carteles de las micros 5 Pobl. Temuco y 5 Directo Ufro o la 8A Las Quilas y la 8B Altamira hayan servido para formarlo a uno. La cosa es que Consolação es línea verde y Paulista amarelo, así de simple, como cuando iba al centro a comprar polquitas (canicas) en la 8B porque el pasaje a $30 pesos me parecía bastante barato y uno solo debía asegurarse de tomar la micro del letrero amarillo con letras negras.
Los tubos de ventilación de la estación Consolação son de color naranja y marcan el espacio y el tiempo de permanencia en ese lugar de movimiento constante. Esa es la tercera pieza del puzle, como cuando en Temuco la mamá dejaba al hijo en la micro y le decía al chofer: “Me lo deja en la escuela Francia”, y le daba al pequeño un beso anaranjado que lo inmovilizaba en el primer asiento con sus patitas colgando unos zapatos recién lustrados y sin sacarse la mochila de la espalda durante los quince minutos que duraba el viaje.

miércoles, 9 de julio de 2014

7 a 1



Por Patricio Jara Tomckowiack
Arquitecto

Ayer en el partido de Brasil contra Alemania por las semifinales de la Copa del Mundo 2014 fuimos testigos de uno de los momentos más extraños, increíbles y terroríficos de la historia del fútbol. En apenas dieciocho minutos, miserables, escasos, poca cosa, cayó el Imperio del balón y se detuvo el fútbol, dejó de existir hasta la palabra f-u-t-b-o-l, le taparon su hermosa boquita hexagonal con un paño con cloroformo, saquearon nuestros museos y cajas fuertes de la memoria, prendieron fuego a nuestro patrimonio de canchas de tierra, pues el deporte que nos apasiona entró en un agujero negro. Y es imposible que los de amarillo hayan sido Brasil. 
Con la caída de las Torres Gemelas del fútbol queda la sensación de que todo está perdido, que todo lo que sabemos es errado y que hemos perdido el tiempo toda nuestra vida. Es el dolor de una pérdida la que muchos padecimos ayer durante esos dieciocho minutos con la partida “a mejores canchas” o "a las canchas del cielo" del jogo bonito, de los ganadores de una de cada cuatro copas del mundo, del equipo del mismísimo Rey.
¿Qué tiene que ver esto con arquitectura? ¡Poco o nada, pero es más importante! Aunque en lo que quizá se vincula es en que este hecho apocalíptico quedará grabado tristemente en la historia futbolera de humanidad como los malos edificios quedan en la trama de la ciudad, recordándonos con su falta de gracia, innovación y belleza que somos vulnerables y que ella, la arquitectura, cuando es mezquina con la ciudad también nos hace daño a todos.
En cambio para equipos pequeños como el nuestro que no hacen daño, que nunca han ganado una copa que merezca ser bordada en forma de estrella sobre nuestra insignia y que destacan por la simpatía y entusiasmo de sus cánticos, la oportunidad que nos deja lo de ayer es muy valiosa, pues evidencia la existencia de fallas en la “matrix” futbolera, tal como le ocurrió a los canarios ayer en esos solo dieciocho veces sesenta segundos. Por esto debemos estar atentos a la espera de que nuevamente se vuelva a abrir la matriz, esa ventana que caprichosamente las fuerzas superiores del fútbol y la vida abren cada cientos de años, aunque el cometido nos tome toda la vida, porque finalmente es ese espacio de luz la gracia y el sueño  que buscamos con cada fanchop[1] cuando nos enfrentamos al deporte más bello e injusto del mundo.
No sabemos si alguna vez nuestras ciudades puedan posicionarse por sobre Berlin o Curitiva en materia de calidad de vida, encontrando así una falla en la “matrix” urbanística, pero quizás no es tan terrible tener ciudades pequeñas, simples y con tan pocas expectativas (es decir, carentes de borde ríos, buenos parques, vida en el espacio público, edificios culturales abiertos y contundentes, etc.) porque como dijo Neruda: “algún día, aunque tú no lo creas, los más sencillos ganaremos”. Y ayer cayó Goliat de espaldas en su casa y dejó las puertas abiertas. 



[1] Trago chileno donde se mezcla Fanta con cerveza.