Por Patricio Jara Tomckowiack
Arquitecto
Ayer en el partido de Brasil contra Alemania por las
semifinales de la Copa del Mundo 2014 fuimos testigos de uno de los momentos
más extraños, increíbles y terroríficos de la historia del fútbol. En apenas
dieciocho minutos, miserables, escasos, poca cosa, cayó el Imperio del balón y se
detuvo el fútbol, dejó de existir hasta la palabra f-u-t-b-o-l, le taparon su hermosa boquita hexagonal con un paño con cloroformo, saquearon nuestros museos y cajas fuertes de la memoria, prendieron
fuego a nuestro patrimonio de canchas de tierra, pues el deporte que nos apasiona entró en un
agujero negro. Y es imposible que los de amarillo hayan sido Brasil.
Con la caída de las Torres Gemelas del fútbol queda la
sensación de que todo está perdido, que todo lo que sabemos es errado y que
hemos perdido el tiempo toda nuestra vida. Es el dolor de una pérdida la que
muchos padecimos ayer durante esos dieciocho minutos con la partida “a mejores
canchas” o "a las canchas del cielo" del jogo bonito, de los
ganadores de una de cada cuatro copas del mundo, del equipo del mismísimo Rey.
¿Qué tiene que ver esto con arquitectura? ¡Poco o nada, pero
es más importante! Aunque en lo que quizá se vincula es en que este hecho apocalíptico
quedará grabado tristemente en la historia futbolera de humanidad como los malos edificios
quedan en la trama de la ciudad, recordándonos con su falta de gracia, innovación y belleza que somos vulnerables y que ella, la arquitectura, cuando es mezquina con la
ciudad también nos hace daño a todos.
En cambio para equipos pequeños como el nuestro que no hacen
daño, que nunca han ganado una copa que merezca ser bordada en forma de
estrella sobre nuestra insignia y que destacan por la
simpatía y entusiasmo de sus cánticos, la oportunidad que nos deja lo de ayer es muy
valiosa, pues evidencia la existencia de fallas en la “matrix” futbolera, tal
como le ocurrió a los canarios ayer en esos solo dieciocho veces sesenta segundos. Por esto debemos
estar atentos a la espera de que nuevamente se vuelva a abrir la matriz, esa ventana que caprichosamente las fuerzas superiores del fútbol y la vida abren cada cientos de años, aunque
el cometido nos tome toda la vida, porque finalmente es ese espacio de luz la
gracia y el sueño que buscamos con cada fanchop[1]
cuando nos enfrentamos al deporte más bello e injusto del mundo.
No sabemos si alguna vez nuestras ciudades puedan
posicionarse por sobre Berlin o Curitiva en materia de calidad de vida, encontrando
así una falla en la “matrix” urbanística, pero quizás no es tan terrible tener
ciudades pequeñas, simples y con tan pocas expectativas (es decir, carentes de borde
ríos, buenos parques, vida en el espacio público, edificios culturales abiertos
y contundentes, etc.) porque como dijo Neruda: “algún día, aunque tú no lo
creas, los más sencillos ganaremos”. Y ayer cayó Goliat de espaldas en su casa
y dejó las puertas abiertas.
Hoy no tengo ganas de "volones pseudointelectuales" pero lo que pasó ayer, rompió el molde....Ay, Brasil. Ay de tí cuando te toque jugar de nuevo. Ruega que Argentina pierda por goleada y tengas la posibilidad de desquitarte con ellos, pero con el fútbol que hoy muestras (que literamente es una "muestra" de futbol) dificilmente algún equipo te vuelva a respetar.
ResponderEliminarQue el Cristo del Corcovado los ampare y los ayude con la misma suerte que tuvieron con Chile.
Saludos don Patexs....prepare esa garganta que el jueves la rompemos. Un abrazo
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ResponderEliminar(yo tampoco tengo ganas de escribir nada, despúes de lo de ayer con Brasil perdí toda seguridad).
Un abrazo amigo .