Por Paticio Jara Tomckowiack
@PatricioJaraTom
El rouge (lápiz labial) rojo hace que resalten los labios de una mujer y (algunos) se queden grabados para siempre en ese rincón donde se guardan las postales de nuestra vida. Esas postales son los momentos que, por muy buenos o muy malos, deliciosamente nos marcan y de la nada nos arrancan una sonrisa o lanzan a un vacío de nostalgia en el baño o en la oficina. Son la pimienta negra del plato mayor que es la vida.
@PatricioJaraTom
El rouge (lápiz labial) rojo hace que resalten los labios de una mujer y (algunos) se queden grabados para siempre en ese rincón donde se guardan las postales de nuestra vida. Esas postales son los momentos que, por muy buenos o muy malos, deliciosamente nos marcan y de la nada nos arrancan una sonrisa o lanzan a un vacío de nostalgia en el baño o en la oficina. Son la pimienta negra del plato mayor que es la vida.
Casi siempre junto a nosotros en esas postales aparece la ciudad. Bella o fea, sustentable o chanta, con palmeras o
desiertos, siempre es el escenario ideal para retratar lo bueno y lo malo. Es
que las ciudades juegan un rol importantísimo en la generación de esas postales, pero no lo sopesamos, porque no tienen un rouge
color rojo que vaya indicando y resaltando esos lugares.
Diariamente hacemos la misma ruta en la ciudad, mismos
lugares, mismas cosas y mismas horas, pero hay días en que algo especial ocurre
y sutilmente nos desviamos de esa recta monotonía, cuando te acuerdas que en
ese paradero de micro diste tu primer beso, que en la solera de esa esquina
lloraste una pena, que fumaste por primera vez en ese rincón del parque, que
tras ese arbusto casi te roban la bicicleta, que sentado en esa jardinera de la
plaza esperaste a alguien sabiendo que te patearía el trasero.
¡Hay de nosotros si la ciudad hablara!
¡Hay de nosotros si la ciudad hablara!
Piensa sólo en la cantidad de proscenios, escenografías y telones de fondo de
tu vida que hay entre tu casa y el centro de la ciudad.
He sabido que en lugares emblemáticos de los peores
desastres ocurridos en la Alemania del siglo XX se instalan en las calles unas
placas metálicas que señalan: aquí murió fulano, aquí nació mengano, aquí se escondió
pepito, este agujero de bala lo disparó Juanito, etc. Para así mantener viva la memoria de su pueblo. Algo parecido a lo que se
quiere o podría hacer con el proyecto de la “Ruta Patrimonial de Neruda” en
Temuco.
Hay momentos en que uno sin darse cuenta va construyendo sus
postales en un simple paseo dominguero por un parque, esperando el colectivo en
calle Bulnes, en la fila de las papas fritas en Rodríguez, en el café más
piojento o el Sushi-Bar de moda. Todos los lugares de la ciudad están
disponibles para ser parte de tu historia. Por eso nos gusta la arquitectura,
porque en cada escaño de cada plaza que proyectamos van a pasar cosas
importantes para alguien. Eso es seguro.
No sé por qué, pero cuando me ha tocado diseñar una plaza o
un parque lo primero, y último, que pienso es en los pololos o
amantes que van a ir allá. En aportar con la arquitectura a que esos besos,
discusiones absurdas y declaraciones de eternidad tengan la mejor música que el
viento pueda hacer contra un árbol, el mejor sol de la tarde, el pavimento menos
monótono para imaginar figuras en las líneas de las baldosas, la vista hacia la
casa más bonita de la cuadra. El éxito profesional para mí sería una
pedida de matrimonio en un plaza que haya diseñado, y si ese compromiso dura más
de tres años sería como ganarme el premio Pritzker[1].
Hace años miraba la esquina de Falabella desde lo alto de un
edificio, en pleno centro de Temuco, mientras esperaba al dentista, la gente se veía como hormigas pero pude distinguir
a un lanza robándole la cartera a una mujer. Ella salió corriendo tras de él hasta
perderse en la multitud. A los tres segundos la gente seguía pasando distraída,
sin enterarse de nada, por el mismo metro cuadrado donde había ocurrido ese
drama. Esa postal negra en la vida de esa mujer.
¿Cómo serían las ciudades si fuéramos marcando con rouge de color rojo los lugares donde se han
construido las postales de nuestras vidas?
Dos cosas tengo claro, habría más metros cuadrados de besos que de calles
y áreas verdes; y eliminaríamos de cuajo esa expresión de que las ciudades son
grises.
Me hiciste pasear por mi memoria emotiva con tu relato.
ResponderEliminarSaludos don Forlán...!!!
Buen paseo entonces. Un abrazo fiel amigo.
ResponderEliminarUf uf si la ciudad hablara! Buenisimo Patito :D
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarcon el último comentario pensé inmediatamente en los árboles de la plaza que está al frente del A-28 (caida de carnet mode ON)....jojojojoj...AHI FUI UN HOMBRE MALO MALO....;-)
ResponderEliminarClaro, ahí cayeron las primeras castañas de chancho sorbe nuestros cráneos aún en de-formación.
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