jueves, 13 de febrero de 2014

Una sombra



Por Patricio Jara Tomckowiack
@PatricioJaraTom

Un solo árbol no es arquitectura, pero varios árboles dispuestos para conformar una zona de sombra sí lo son. Asimismo, una malla de kiwi mal tensada y amarrada miserablemente a cuatro palos endebles, queriendo formar un árbol, también es arquitectura. Pues está hecha de materia, con la mano del hombre y su mensaje. 
¿Quién necesita más que una sombra en verano? Nos están diciendo (y con una bofetada) los puestitos de venta de orilla de carretera, mientras vamos en nuestros automóviles-super-cool-climatizados y de pronto vemos como en los bordes del camino están abiertas las ventanas del paraíso y se nos ofrece “x caja” la verdadera selección nacional del placer: en defensa la sandía “la pitbull” de Paine; en el medio campo los tomates “redonditos maravilla” angolinos; y en delantera los “patrones del gol” (y del vino blanco) los melones calameños.
Esa sombra cobija lo mejor de la geografía de Chile y sirve para estar fresco y echar la talla[1] mientras se espera que alguien compre. Sirve para dar colores al pavimento en la monotonía del sol o el cielo nublado de La Araucanía. Sirve para que no se calienten los mangos y el asiento de la bicicleta y poder ir a buscar agua y más tomates a las doce. Para soñar y amar mirando la ruta que para el ojo humano termina un kilómetro y medio más allá según mis recientes estudios como co-piloto. El único problema de esa sombra es que a menudo no se ve y, lo que es peor, los arquitectos tampoco la vemos. Nos estremecemos frente a su falta de cúatica[2] constructiva y nos cuesta mucho dejar de lado –o a la sombra- nuestro ego como para proyectarla.
Recuerdo un comentario que hizo un profesor de la comisión del proyecto de fin de carrera de arquitectura a mi gran amigo y colega Moisés Tepano, descendiente Rapa Nui, cuyo proyecto era diseñar un Centro Cultural Rapa Nui en la isla. Allí, en medio de un hermoso conjunto, él proyectó un espacio (un salón o algo así) para que sea utilizado como consejo de ancianos, y el profesor le preguntó: ¿y qué pasa si ese lugar fuera sólo una sombra? ¡Un simple techo!
¡Plop...! No recuerdo cual habría sido la respuesta del alumno frente a ese combo de boxeador viejo, pero esa pregunta en los descuentos del partido hizo que yo más me enamore de esta profesión que odio.
¿Una sombra?... Como espectador la pregunta a mí me pareció ofensiva, grosera, digna querella si yo hubiera sido un niño rico. ¿Qué le pasa a este tipo? Todos nos pasamos ese último año de los seis y un día que dura la condena inicial de la arquitectura, dando lo mejor de nuestros cerebros de cartón, inspirándonos con fotos pegadas en la pared del taller con los más bellos edificios de arquitectos europeos, comprando la mejor hierba para viajar en busca de “la forma del proyecto”, ahogándonos en café, en cigarro y en mentix para hacer con todo eso, y mucho trasnoche, amor y sudor, grandes y ostentosos proyectos de fin de carrera que, hoy, hermano y colega,  aunque duela, si haces tu carrera desde una pequeña ciudad chilena difícilmente lograrás hacer. A menos que tengas muy buenos contactos o tu viejo sea primera categoría en el registro del Ministerio de Obras Públicas o de Vivienda y, cuando ya le entretenga más jugar al cacho o tomar café en el bar que estar en la oficina, te deje el nombre, la oficina y el registro.
Esa sombra, ese techo que apareció en mi vida arquitectónica (y amorosa) como gol de último minuto, hoy lo agradezco. Porque quizá no dispondremos de la tecnología y los recursos extraterrestres que se necesitan para proyectar los edificios que nublan las páginas de arquitectura. Pero si disponemos de la experiencia de haber estado bajos los techos maravillosos de una ruka mapuche, almorzando a media luz bajo un parrón, protegidos de la lluvia (aunque con las piernas mojadas) en un paradero piñufla de la Teodoro, con el culo en la pared y bajo el alero de una casa haciendo un asado en el invierno de Temuco y del Lautaro de Jorge Teillier, reposando el cordero bajo un Sauce en Chol-Chol. 
Estas son nuestras sombras. Este es nuestro desafío y el de Latinoamérica; hacer mucho con poco para dar plenitud al hombre.






[1] Chilenismo: Hablar cosas divertidas y relajadamente.
[2] Chilenismo: Persona, animal o cosa muy aparatosa y estrambótica.

4 comentarios:

  1. "Dios está en los detalles"
    Saludos Compadrito

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  2. También leí por ahí que: la perfección es un conjunto de detalles.
    Saludos Pablito.

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  3. Buena pluma pato, creo reconocer el lugar de la sombra, la de la imagen por lo menos. (espero no equivocarme), se me vinieron muchos pensamientos. las "sombras" de la vida, reconocerla, reposar disfrutar y sacarle provecho, ahhh buena frase te mandaste en el último verso ..."hacer mucho, con poco." =)

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  4. El de la foto es un lugar sencillo de por acá.
    Lo que piensas es más complejo.
    Al final todo queda en las sombras, lo sencillo y lo complejo.
    Saludos Claudia, gracias por tus bellos comentarios.

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