Por Patricio Jara Tomckowiack
@PatricioJaraTom
Sin ser ella, necesariamente, se huele su perfume negro en los pasillos y suena su silencio en notas menores, apenas entrando y saliendo, por el hilo de oscuridad que sudan los marcos cuando copulan con las puertas de los box de atención médica en clínicas y hospitales.
@PatricioJaraTom
Sin ser ella, necesariamente, se huele su perfume negro en los pasillos y suena su silencio en notas menores, apenas entrando y saliendo, por el hilo de oscuridad que sudan los marcos cuando copulan con las puertas de los box de atención médica en clínicas y hospitales.
Los pasillos de ese lugar tienen nombres malditos grabados
en el aire, como los anuncios publicitarios de una carretera congestionada
de cuerpos cansados, que van trasladando todas las emociones humanas en blancos sobres cerrados.
Pero, tras las desanimadas espaldas de quienes esperan no seguir allí
esperando, nunca más, porque no pueden evitar reír, llorar, hacer diagnósticos macabros y cranear
sahumerios desesperados a mil revoluciones por minuto, una masa luminosa asoma con su aliento húmedo sobre el indeseado trajín del pasillo. Es el jardín interior de la clínica que viene con algo entre ramas, que viene a ofrecer y dar un regalo, no como casi todo el mundo que solo quiere quitarte algo durante el pesado día de trabajo, y ni hablar en ese mismo lugar.
Ese interior ajardinado hace el contrapunto entre lo
artificial, las drogas, el miedo y lo incomprensiblemente finito que han decretado que
somos tú y yo, los facultativos desde sus cuarteles. Y empuja la esperanza, lo
natural y lo eterno hacia el corral de matadero que serían los pasillos
clínicos en la ausencia de esos sueltos y enclenques brazos verdes.
Escribir sobre una clínica o un hospital es un poco incómodo
y hasta innecesario, pero el jardín de ese lugar me dicta, al reverso
de una boleta de supermercado, que no son la enfermedad y la muerte las que
transitan por los pasillos clínicos sino que es uno quien las pone delante
cuando no mira más que puertas cerradas y pavimentos demasiado pulcros y regulares.
Desde los jardines del caribe colombiano Gabriel García
Márquez dice que “no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”. Pensar
en eso le hace a uno agradecer que atrás haya un verdadero jardín y no una simplona
jardinera con tres lechugas locas, y, que afuera haya un mundo y un mañana, y no solo éstas dos paredes
largas que se apoderan del ahora.
Ese jardín me "golpea" visualmente. No se. Como que no calza con el entorno de una clínica. Será porque me acostumbré a lo lúgubre y frió del Hospital Regional y la pintura de "tripas y marcianos" que llenaba por completo la sala de espera del SOME durante los años 80 y 90.
ResponderEliminarEn ese hospital pasé gran parte de mi niñez, ya que antes del los 6 años, por lo menos, me desahuciaron dos veces y tuve enfermedades donde "Las plagas del Nilo" parecían simples gripes de media estación, pero igual le agarré cariño, hasta extraño su vieja construcción con pasillos estrechos, de "baldocitas de colores" en las paredes de cirugía infantil. No necesitábamos jardines. Solo queríamos VIVIR.
Saludos don Patexs enamoradexssssss