Por Patricio Jara Tomckowiack
Arquitecto
Rio de Janeiro es una fiesta donde la gente no para de
divertirse, celebrar y falar (hablar)
en los bares y barcinhos de las esquinas, de mitad de cuadra y de cualquier rincón
donde haya suelo. En esa arquitectura de
palabras y espacio público todas las conversaciones del mundo están
sucediéndose y a toda velocidad, como en una autopista de mesas y sillas
endebles que apenas sostienen la cerveja
y el café com leite.
Los bares y barcinos se vuelcan hacia las veredas de
hermosos mosaicos de piedra blanca y negra, cuyas siluetas y pomposas curvas
nacen del antojo de los maestros-artesanos que dibujan a martillazos el
imaginario de sus vidas de favelas, playas y cerros. Esa es la postal de
Copacabana, Ipanema y Leblon, los colores de la camiseta de recambio del jogo bonito de Brasil en el mundo.
La gente va y viene por las calzadas peatonales con su riguroso
uniforme de felicidad de hawaianas, bañadores y una que otra mascota. Así es el
ritmo constante en Rio de Janerio, relajado, como quién manda todo al carajo y
ya no tiene nada que perder, aunque a la vez un poco apresurado, como quién va de una fiesta a
otra.
Los taxis tiñen de amarillo las ruas (calles) batiéndose entre hileras interminables de selectos ómnibuses
VIP con aire acondicionado y los populares buses del TransCarioca para la gente
sin camisa. Las banderitas verde-amarelho
y el sinfín de cotillón urbano que tanto gustan a los cariocas se toman los
toldos, las marquesinas y los escasos espacios entre sílabas que quedan en las
conversaciones de los cariocas que no logro traducir, pero que ameritan
golpeteos en la mesa y parecieran tratar los temas más importantes y urgentes
del mundo, al menos mientras dura la cerveja
fría.
Brasil es el único país del mundo que creo tiene su olor
propio, una mezcla de calor, humedad, fritura de frango (pollo) y toques de cebolla que se siente apenas poniendo un
pie afuera del aeropuerto Tom Jobim. Ese olor proviene de las
entrañas misma del país de la samba, en cuyos bares y barcinos para apuntalar algunos argumentos de grandes conversaciones
de fútbol y televisión salen a la cancha unos pasteles de camarao, empadas, pasteles de queijo com cebola, fritadas de presunto ou queijo, frango á passarinho y toda la gama
de salgados (fritanga que tanto amamos los chilenos).
Así, en Brasil se precisa toda la comida y la bebida del
mundo –y urgente- para que no vaya a hacer interferencia ni quedar un minúsculo
vacío entre la vida social y el espacio público más intenso del globo.
Es tiempo de la copa del mundo y lo tenemos más que claro
con Oscar, Magó y la Pame, pero en este lugar otros países no sirven ni menos son
necesarias otras ciudades como Temuco o Roma, porque ni la copa del mundo es
más fiesta que la propia fiesta que viven a diario la cariocas en sus bares y barcinos del centro, las favelas y las
zonas turísticas.
Camila describió muy bien a los brasileros....."ELLOS TIENEN CAIPIRINHA EN LAS VENAS".....pero no esas "caipiriñas" que preparan en el Boca de Lobos o el Punto G...son esas "caipirinhas" ricas y suevecitas que te tomas tres y quedas con esa sensación de andar "casi por las nubes" con las cuales disfrutas y sonries a la vida y al entorno que te rodea....
ResponderEliminarAsí es al vida (acá) amigo: gran definición nos han dado. Un abrazo y agradecido por tus incesantes y precisos comentarios Pablo.
ResponderEliminarAsi es, el carioca es feliz por naturaleza, pero por la naturaleza de la caipirinha, la playa, el sol, la vida al aire libre. Volveria siempre, son gente encantadora.
ResponderEliminarTodas íbamos a ser reinas / Todos deseamos vivir en RJ.
ResponderEliminarSaludos Cami.
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